BRINDIS VIOLETA EN TIERRA ARRASADA
En este nuevo episodio electoral, lo que acaba de ocurrir en el país es un reflejo tan potente como inquietante: el grito de “¡basta!” que muchxs ciudadanxs lanzaron contra un pasado que repelen, pero que no necesariamente articula con un futuro que prometa prosperidad.
EDITORIAL
David Alos
10/27/2025


1. El “basta” se convirtió en un mandato
El “basta” se transformó en un mandato, en una orden directa al sistema político: “no queremos más de lo mismo”.
Javier Milei y su fuerza La Libertad Avanza obtuvieron más del 40% de los votos a nivel nacional. En provincias clave como Mendoza y Córdoba, o como en Buenos Aires —ese gran tablero que siempre dicta la agenda—, que lograron lo que parecía imposible: remontaron una derrota reciente y se alzaron con una victoria que pocos veían venir.
En su discurso triunfal, Milei habló de los argentinos que le dijeron “sí” al cambio, de que “dos de cada tres” no quieren volver al pasado, de que su victoria es histórica. Pero conviene mirar con lupa: ese “no volver” está clarísimo; el “hacia dónde iremos”, no tanto.
El voto bronca se volvió combustible de una maquinaria que no promete un futuro distinto, sino un reordenamiento del poder bajo otro tono. No hay épica de reconstrucción, sino una revancha envuelta en banderitas violetas.
AUTOR
David Alos
2. ¿Cambio de rumbo o simple jaque al pasado?
La fractura del voto al peronismo quedó expuesta, y lo que antes era un bloque ahora es una diáspora. El adversario tradicional fue castigado, no tanto por lo que hizo últimamente, sino por lo que representa en el imaginario social: privilegio, desidia, soberbia. Pero lo que falta no es castigo: es proyecto.
El sector opositor del peronismo, aun cuando ha hecho un papel aceptable en estos meses como contrapeso, sigue pagando por el sello destructor que la ciudadanía asocia a él. ¿Resultado? Ciudadanos votan desde el castigo antes que desde la esperanza.
El peronismo —tanto el que gobernó como el que se desmarcó— no logró ofrecer un horizonte convincente. Y el “anti” se comió al “pro”: ciudadanos que votan más por rechazo que por esperanza. Votar “al otro” sólo porque el anterior “me hizo mierda” es una apuesta riesgosa. En medio de una crisis económica real —que no es metáfora ni consigna—, un voto nacido del rencor puede terminar legitimando recetas que profundicen la crueldad.
Argentina repite una vieja escena: la del péndulo que nunca descansa. Cambian los nombres, cambian los colores, pero el guión sigue siendo el mismo.
3. San Juan y la representación pulverizada
Acá en la provincia, el panorama es un espejo del país: fragmentación. Tres diputados, tres fuerzas.
Uno que acompañará al poder central (la bancada oficialista nacional), otro que sigue la lógica errática del orreguismo —sin norte ni identidad— y un tercero que ya invierte capital político en 2027 antes de siquiera asumir.
Entonces me pregunto: ¿para qué sirve tener un diputado por cada fuerza si al fin y al cabo votarán según otros intereses? ¿Sirve para San Juan o para otro ring? Que el oficialismo nacional festeje no garantiza que el laburo en la provincia vaya a cambiar. Y que haya oposición no asegura que actúe con coherencia o contundencia.
4. Mercado feliz, soberanía hipotecada
¿Quiénes celebran de verdad? No son lxs ciudadanxs de a pie. Son los mercados. Donald Trump felicitó a Milei y dijo: “ganamos mucho dinero gracias a esa elección, porque los bonos subieron”.
Mientras tanto, el gobierno argentino se muestra más preocupado por la reacción de Washington que por el ánimo del pueblo argentino. Se habla de “salvataje” del Tesoro de los Estados Unidos como si fuera una bendición, cuando en realidad se trata de un nuevo anclaje: un préstamo que se cobra en soberanía y eso es lo que en el fondo hace festejar a Trump.
El tipo que espera la jubilación, el que no tiene trabajo formal, la familia que no puede pagar el alquiler… ¿qué festejan? Si el triunfo se traduce en precio para el capital y no en alivio para la gente, algo está profundamente torcido.






5. El peligro de votar desde el odio
Votar “no vuelven” es votar desde el miedo, la desconfianza, el castigo. Y aunque es comprensible, no alcanza.
Sin un “voy hacia” construido, el camino se vuelve resbaladizo.
En San Juan, los resultados también interpelan: la izquierda, con propuestas claras y coherentes, obtuvo un desempeño mucho menor al esperado, a contramano de lo que pasó en otros puntos del país. En Jujuy, Alejandro Vilka logró un triunfo histórico para el Frente de Izquierda, rompiendo el cerco de los aparatos provinciales. En CABA, Myriam Bregman rozó el 10% con una campaña austera, militante, de calle.
¿Cómo explicar entonces que acá no haya prendido esa chispa? Tal vez porque el voto se volvió una descarga emocional antes que una apuesta colectiva. Cuando el enojo gana, la reflexión retrocede; y cuando el cálculo individual pesa más que la visión común, el país se fragmenta.
Lo extraño de San Juan es que, aquellos que putean al populismo, ayer tuvieron grandes resultados gracias a sus políticas populistas como el boleto gratuito o la entrega de computadoras. ¡Ay, San Juan! Cuánto nos dejás para analizar.
6. Entonces: ¿quién gana realmente?
Ganan los que mandan el día después de la fiesta electoral. Ganan los que tienen circuito, capital, respaldo externo. Ganan los que no dependen del salario ni del precio del colectivo.
¿Y vos, San Juan? Vos que contás las monedas, que esperás el bondi, que pensás en lxs pibes antes de abrir la heladera, ¿vas a ganar también? ¿O vas a mirar cómo se reparte el banquete y te toca, otra vez, el desecho del festejo?
Tener un diputado por cada fuerza queda lindo en el panfleto, pero si ninguno responde al pueblo, es apenas decoración institucional. La política como paisaje, no como herramienta.
7. Epílogo: entre el brindis y la resaca
Brindamos. Cantamos “¡qué lindo le queda el violeta a la Argentina!”. Abrimos champán —metafóricamente—, pero bajemos el volumen.
Este brindis no es victoria garantizada; es mandato, apuesta y advertencia, no es un cheque en blanco.
En esta Argentina donde todo pasa rápido pero nada cambia del todo, la paciencia se agota y la esperanza se encoge. Que este triunfo, más simbólico que sólido, no se convierta en un desfile de disfraces mientras los que sufrimos seguimos esperando en la fila.
Porque si el cambio termina siendo sólo de marca y no de modelo, ese “ya basta” se habrá quedado flotando, como un eco sin respuesta en esta tierra arrasada.
