CUANDO EL SILENCIO ES COMPLICIDAD: GAZA, LA HERIDA QUE EL MUNDO QUIERE IGNORAR
Gaza arde en silencio, mientras el mundo cuenta cadáveres como quien cuenta estrellas: desde lejos, sin sentir el fuego. Cuando las bombas no alcanzan, aislar y matar de hambre parece la estrategia más sólida del sionismo.
OPINIÓN
David Alos
7/28/2025


Bienvenidos a la Franja de Gaza, donde el horror tiene delivery diario y las estadísticas se actualizan más rápido que los precios en la Argentina. Pero no hablamos de inflación: hablamos de muertos. De cuerpos enterrados en escombros, de niños con ojos vacíos, de madres que ya no tienen hijos para buscar. Y si no los mata una bomba, los mata el estómago: porque en el laboratorio de las crueldades, Israel tiene el control absoluto y lleva adelante su experimento más innovador: el genocidio nutricional.
La llaman “campaña de hambruna” y, si lo pensás, suena a plan de verano para conchetitos que quieren bajar unos kilitos. Pero no hay playa, no hay sol, y lo único que adelgaza son lxs palestinxs y sus posibilidades de seguir vivxs. La utilización del hambre y la vil conducción hacia el colapso sanitario se han convertido en las verdaderas armas de destrucción masiva, ya no hablamos de un daño colateral, no es un error de cálculo, mucho menos una consecuencia no deseada. Es una política, un método para exterminar, un sistema que parece ser implacable.
Mientras tanto, la narrativa se lava la cara. Medios como la CNN hablan de “protestas en Israel” y “crisis humanitaria”, pero no se atreven a decir las palabras prohibidas: apartheid y genocidio. En cambio, nos cuenta que algunos israelíes están molestos porque los obligan a hacer el servicio militar. Pobres. Mientras tanto, sus compatriotas tiran bombas y las llaman “misiones defensivas” para lavarse un poquito la cara.
Pero, ¿Defensivas contra qué? ¿Contra un hospital? ¿Contra una escuela? ¿Contra un nene que corre descalzo por una ciudad hecha de polvo? Porque Gaza ya no es un lugar: es una fosa común administrada por drones israelíes.
AUTOR
David Alos
Y por si alguien tenía dudas, siempre hay un funcionario israelí dispuesto a decir en voz alta lo que otros ocultan en documentos clasificados. “Toda Gaza será judía”, escupió el ministro Amichai Eliyahu en los últimos días, mientras del otro lado del mundo los organismos internacionales siguen preguntándose si usar la palabra genocidio no es “demasiado fuerte”. Porque claro, no es lo mismo exterminar civiles con uniforme que sin él. Y menos cuando los que mueren no son rubios, ni europeos, ni votan en la OTAN.
Israel dice que todo esto es en nombre de la “autodefensa”. Que las bombas son respuestas, que los misiles son lógicas reacciones y que cada niño muerto es un lamentable “daño colateral”. Porque según su narrativa, el único Estado con armas nucleares de la región vive en permanente amenaza de aniquilación por parte de un pueblo sitiado, desarmado y hambriento. Todo se justifica por la existencia de Hamas, como si la resistencia —por imperfecta que sea— fuera la causa del fuego y no su consecuencia. No hay ocupación, no hay apartheid, no hay colonización: sólo terroristas en túneles y una democracia “bajo ataque”.
Así construyen su coartada: convertir a las víctimas en verdugos y a la masacre en necesidad geopolítica.
Y ¿la comunidad internacional?... bueno, la comunidad internacional hace lo que mejor sabe: condena tibiamente, pide “moderación” y manda ayuda humanitaria (que no llega) como quien tira un vaso de agua en un incendio forestal. Los países más “civilizados” —esos que invaden países por petróleo y después organizan cumbres por la paz, que coincidentemente luego les dan los Nóbeles de la Paz — no ven en esto una urgencia. Porque lo de Gaza no es una invasión rusa. No significa una amenaza a su status quo. No es un atentado en París. No es una serie de Netflix.
Bueno, para quien no entendió la referencia, nada de esto sería posible sin el sponsor principal: Estados Unidos, el amigo incondicional, el proveedor de armas, el garante del silencio. Mientras Gaza se convierte en polvo, Washington envía municiones, escudos diplomáticos y discursos sobre “el derecho a defenderse”. Porque Israel no es sólo un Estado: es una extensión blindada de los intereses norteamericanos en Medio Oriente. Es su base militar con bandera propia, su laboratorio de guerra, su socio preferido. Por eso cada vez que la ONU intenta decir “alto”, EE.UU. levanta la mano para vetarlo. Y si alguien se atreve a hablar de genocidio, enseguida llega el manual de relaciones exteriores: “compromiso con la paz”, “aliado estratégico”, “valores compartidos”. Lo único que comparten, en realidad, es la impunidad.
¿Y Argentina? Bien, gracias. En la pulseada entre derechos humanos y alineamiento geopolítico, el gobierno nacional eligió la selfie con Netanyahu. Desde que Milei decidió mudar la brújula moral a Jerusalén y los principios diplomáticos al tacho, la posición argentina dejó de ser neutral para convertirse en obsecuencia internacional. Mientras se bombardean hospitales y se matan niños, la Cancillería repite slogans como si fueran retuits de la embajada israelí. No hay mención al bloqueo, ni a la ocupación, ni a la hambruna. Sólo condena a Hamas y un silencio estratégico ante los crímenes de guerra. Eso sí: después hacen actos por la paz y se sacan fotos con velas. Lo simbólico siempre garpa cuando lo real incomoda.




Amichay Eliyahu Ministro de Patrimonio de Israel


Javier Milei (Presidente Argentino) y Benjamín Netanyahu (Primer Ministro Israelí)
La pregunta que deberíamos hacernos es ¿qué va a pasar cuando nuevamente haya un atentado terrorista en nuestro país por meternos donde no nos llaman? Bah, en realidad está bien meterse donde no te llaman, la cuestión es elegir el bando de los malos, eso siempre termina mal para países como Argentina. Es casi como un poder kármico.
En fin, volvamos a la Franja de Gaza y Palestina. Es simplemente un pueblo empobrecido, encerrado, atacado y despojado hasta del lenguaje para nombrar su sufrimiento. Porque ya ni las palabras alcanzan. Les sacaron el pan, el agua, la electricidad, el oxígeno, y ahora les están sacando la voz.Y aún así, siguen. Siguen existiendo. Siguen respirando en medio de la ceniza, sobreviviendo a lo que ningún pueblo debería soportar. Gaza es hoy el espejo en el que nadie quiere mirarse. Porque muestra lo que pasa cuando el mundo deja de importar. Cuando la muerte se vuelve rutina. Cuando la vida se vuelve estadística.
Esto no es una guerra. Esto no es un conflicto. Esto es una masacre, con firmas, con fronteras, con discursos diplomáticos y con complicidad global.
¿Por qué no trasciende del todo?, porque para muchxs sigue siendo un “tema delicado”, no sea cosa que decir lo obvio se vuelva polémico.