DE FRANCOS A ADORNI: EL PASO DEL “DIÁLOGO” A LA CRUELDAD

Se va el último puente y llega el que disfruta quemarlos. Y así, Milei relanza su gobierno: sin política y sin vergüenza. El Estado se achica, la violencia se agranda. Cuando los gobiernos se quedan sin diálogo, lo que empieza no es una nueva etapa: es una autopsia.

EDITORIAL

David Alos

11/1/2025

AUTOR

David Alos

Con la salida de Guillermo Francos, Javier Milei pierde a su único interlocutor con la realidad. Francos, ese que dentro de la jauría libertaria parecía un animal extraño: un hombre del diálogo, un traductor entre la furia del Presidente y la paciencia institucional.

No coincidimos —ni coincidiremos— con sus ideas. No hay punto de encuentro posible con quien ha sido parte de un proyecto político que desprecia los derechos sociales y concibe al Estado como un estorbo. Pero en el ecosistema Milei, Francos era, al menos, el que intentaba ponerle un poco de racionalidad al disparate, un poco de política al capricho.

Su salida deja al gobierno sin bisagras, sin amortiguadores, sin nadie que haga el esfuerzo de mantener un tono institucional frente al caos permanente.

Y en su lugar, Milei elige a Manuel Adorni. Sí, el vocero presidencial. El que convirtió las conferencias de prensa en un stand-up del cinismo, el que confundió ironía con crueldad, y que entre sus “grandes aportes” a la comunicación pública mostró la radiografía de la cola de un perro para burlarse de quienes tramitan un Certificado Único de Discapacidad. Ese hombre ahora será jefe de Gabinete.

La noticia no sorprende. Es coherente. En este gobierno, los premios no llegan por capacidad ni gestión, sino por obediencia y agresividad.

Francos fue el político que todavía creía en las palabras. Adorni, en cambio, es el funcionario que aprendió a usarlas como látigo.

Su primer mensaje como flamante jefe de Gabinete fue claro:

“Profundizar las reformas estructurales será prioridad.”

Traducido al idioma del pueblo: más ajuste, más precarización, más entrega. Porque cuando el neoliberalismo habla de “reformas estructurales”, en realidad está diciendo “reforma laboral”, “reforma previsional”, “reforma del Estado”, o sea: borrón y cuenta nueva con los derechos conquistados.

Y el contexto no es menor: Milei encara esta reconfiguración mientras intenta mostrarle a Estados Unidos y a los mercados internacionales una imagen de “gobierno estable y dialoguista”.

Ironías del destino: la búsqueda de gobernabilidad terminó con la salida del único que sabía estabilizar y dialogar. El resto es relato, tuits, y obediencia ciega al poder financiero.

Francos se fue con un gesto literario: “Tantas veces me mataron, tantas veces me morí”, dijo, citando a María Elena Walsh.

Y ahí, en esa frase, se condensó toda la hipocresía de la derecha argentina: funcionarios que citan a poetas revolucionarias mientras ejecutan políticas de hambre; burócratas que invocan canciones de esperanza mientras recortan presupuesto en educación y salud.

Un insulto a la memoria cultural de este país, que hizo de Walsh una bandera de libertad, no una excusa para despedirse con estilo.

Pero la realidad es más cruda: el recambio ministerial llega en medio de una tormenta. Las “figuritas prestadas” del macrismo — Petri en Defensa y Bullrich en Seguridad — ya preparan su asunción en el Congreso. Milei deberá designar reemplazos, y todo indica que serán cuadros aún más alineados con su lógica autoritaria y represiva.

El Presidente no busca construir poder político: busca eliminarlo. Y su gabinete es el espejo perfecto de esa intención.

Mientras tanto, Estados Unidos observa y aplaude. Promete dólares, inversiones y “apoyo al rumbo económico”, eufemismo que siempre esconde el mismo guión: condicionalidad, dependencia, entrega. El imperialismo ya no necesita invadir: le basta con financiar.

Y mientras se reorganizan los nombres, lo que permanece es el proyecto: Un gobierno que gobierna contra su propio pueblo. Un gobierno que cree que el dolor disciplina, que la pobreza educa, que los derechos son un lujo.

La llegada de Adorni no inaugura una nueva etapa, sino una nueva profundidad en el mismo pozo. Una etapa donde la crueldad se institucionaliza, donde la palabra oficial no comunica, sino que castiga; donde el Estado no protege, sino que hostiga. Un gobierno sin política, sin pudor y sin perro que ladre.

Pero no nos confundamos: las transformaciones que anuncian no son inevitables. Cada ajuste necesita de nuestra resignación para triunfar. Cada entrega necesita de nuestro silencio para consolidarse. Y cada crueldad necesita de nuestra costumbre para volverse norma.

Por eso, frente a este nuevo capítulo del gobierno del odio, vale recordar lo que ellos temen: que el pueblo argentino tiene una larga historia de resistencia, que los derechos no fueron regalos, sino conquistas, y que cada vez que intentaron destruirnos, renacimos.

Como la cigarra, sí. Esa que ellos citan sin entender, esa que ellos matan sin saber que siempre volverá a cantar.