EL ARTE DE NO DECIR NADA: GOBIERNOS AUSENTES, INFLUENCERS "DISTRAÍDOS" Y DISCAPACIDADES INVISIBLES

Nos llenan de discursos inclusivos, pero cuando hay que garantizar derechos, desaparecen todxs: el Estado, los recursos y hasta los likes. Mientras le dicen “especial” a una persona con discapacidad, lo verdaderamente especial es el nivel de abandono.

EDITORIAL

David Alos

7/25/2025

En San Juan y en el país, los medios prefieren linchar a un pibe (para tener más likes) antes que cuestionar a los linchadores. Nadie educa, nadie reeduca, y los eufemismos siguen maquillando lo que no se quiere nombrar: el desprecio estructural hacia la discapacidad.

Y los influencers… influyen, sí, pero justo en lo que no hace falta: más ignorancia, más estigmas, más pavadas para viralizar.

Y mientras tanto, casi nadie se anima a señalar con nombre y apellido a los verdaderos responsables de esta realidad: los que gobiernan sin políticas, los que legislan sin presupuesto, los que comunican sin pensar.

Porque parece que formarse no es parte del "contenido". Que influenciar sin responsabilidad es tendencia. Pero si tenés llegada, tenés poder. Y si tenés poder, también tenés que bancarte el debate sobre cómo lo usás.

Hace unos días, San Juan se despertó con una nueva polémica lista para freírse en las redes. Esta vez, el blanco fue Haru, un influencer con más seguidores que autocrítica, que en un video pago para el local de comidas “La Parrillita Gulera” metió un chiste que jugaba con el TDAH como si fuera un condimento más de su combo humorístico. El sketch duró tres segundos. El fuego cruzado, varios días.

¿Fue desafortunado? Sí. ¿Cruel? También. ¿Irreparable? No. Pero lo que vino después fue una radiografía perfecta de cómo se nos va la vida en la cancelación de pichanga, mientras dejamos pasar las crueldades que de verdad importan.

AUTOR

David Alos

Los comunicados llovieron, firmados por asociaciones que defienden los derechos de personas neurodivergentes. Algunos tenían más tono de juicio final que de reflexión colectiva. Haru fue cancelado por todos lados, incluyendo medios y creadores de contenidos que hace dos semanas lo aplaudían porque les levantaba los views. Así estamos: un día sos viral, al otro día sos villano. Y en San Juan, eso se multiplica por mil.

Pero vamos por partes:

Primero, el chiste fue estigmatizante. No porque hablar de TDAH esté prohibido, sino porque convertirlo en sinónimo de "te olvidaste de tirar la cadena" no es humor, es pereza. Lo mínimo esperable era una disculpa. No un meme irónico. No una historia con tono de “mi primera cancelación, qué tiernis”. Disculparse no te hace menos, te hace adulto. Pero claro, eso no junta tantos likes como el sarcasmo.

Segundo: los medios. Ahí estaban, lanzándose sobre el escándalo como moscas sobre un alfajor caído. ¿Educan? No. ¿Contextualizan? Tampoco. ¿Hacen catarsis colectiva vestida de noticia? Todo el tiempo. El drama de fondo es que no buscan construir nada. No dialogan. No invitan. No problematizan. Solo buscan clicks.

Tercero: las asociaciones. Con todo el respeto que merecen las luchas colectivas, ¿en serio el problema más urgente que tenemos en discapacidad es Haru? ¿Y los recortes en el presupuesto? ¿Y los turnos médicos que nunca llegan? ¿Y los funcionarios que prometen rampas pero construyen barreras? ¿Dónde están los comunicados con nombre y apellido para ellos

No se trata de linchar a lxs pibes. Se trata de que entiendan que ser adulto también es hacerse cargo. Que la libertad de expresión no te exime de consecuencias. No podés exigir libertad si no estás dispuesto a bancarte el cachetazo simbólico cuando la pifiás. Hagan autocrítica. No por miedo al escarnio, sino por convicción. Generen una escena más inclusiva, más humana, más digna. Una que eleve, no que estigmatice. Una que abrace, no que se burle.

La cancelación es un recurso pobre cuando lo que se necesita es conversación. No hay peor derrota que convertirte en una caricatura moral mientras el verdadero poder sigue ajustando sin pedir disculpas a nadie. Haru no es el enemigo. Es apenas el síntoma de una escena cultural donde los streamers quieren tener micrófono y cámaras, pero no responsabilidad.

Y eso también es parte del problema. Porque cuando tenés una comunidad de 150.000 personas que te siguen, no podés hacerte el distraído. No podés pedir el brillo del ring sin aceptar que hay reglas. ¿Querés comunicar? entonces ocupá el rol. Hablá. Educá. Sumate. Y si no sabés cómo, al menos escuchá. Callar también puede ser un acto político.

En vez de hacer de esto una guerra de bandos, podríamos haber hecho un contenido reflexivo, educativo, disruptivo. Podríamos haber sumado a Haru, a los pibes que prenden stream todos los días a hablar de cómo construimos un espacio que entretenga, pero también cuide. Donde reírnos no implique pisar cabezas, y donde tener audiencia no sea sinónimo de impunidad.

No es tan difícil. Solo hay que dejar de pensar que la inclusión es una palabra linda para el Día de la Discapacidad. La inclusión es una deuda. Una deuda que no se cobra cancelando a un pibe, sino exigiendo que los responsables de verdad dejen de mirar para otro lado.

Esto no tiene que ver solo con Haru. También tiene que ver con nosotrxs y como damos los debates. De lo que decimos, de lo que callamos y de lo que estamos dispuestos a construir.