ENTRE LA CRUZ, LA FAMILIA, EL ALGORITMO Y EL CINISMO.

En una Argentina donde los discursos de odio se viralizan y la misoginia se disfraza de libertad de expresión, la llamada “nueva derecha” avanza con estética de meme y fondo autoritario. Bajo el pretexto de defender la familia, la religión y el mérito individual, despliegan un proyecto político regresivo que amenaza décadas de conquistas sociales. Frente a esto, el feminismo resiste, pero enfrenta el desafío de rearticularse, reconstruir lazos populares y salir del repliegue institucional. No estamos ante un simple cambio de época, sino ante una disputa profunda por el sentido mismo de la democracia.

OPINIÓN

Pamela Klimisch

7/29/2025

En tiempos donde los memes de Milei son moneda corriente, donde un discurso negacionista puede viralizarse más rápido que una denuncia por violencia de género, y donde la palabra “libertad” se manosea hasta el absurdo, conviene hacer una pausa. Una pausa crítica. Porque lo que está creciendo no es una simple reacción conservadora, sino un proyecto ideológico regresivo que se ampara en el caos, en la ignorancia planificada y en un humor de YouTube que normaliza el odio.

Lo vimos en la reciente “Derecha Fest”, ese evento de estética rockera y retórica fachistoide, en el que influencers, libertarios, políticos, evangélicos y viejos militares que se han reciclado bajo nuevos nombres, se reunieron para “celebrar la libertad”. ¿Qué libertad? ¿La libertad de negar el terrorismo de Estado? ¿De decir que las mujeres deberían volver a la cocina? ¿De proponer que los pobres se mueran sin asistencia médica en nombre del mérito?

AUTORA

Pamela Klimisch

Nos venden que son la continuidad del liberalismo clásico, pero en los hechos son más bien su caricatura: antiestatistas - cuando les conviene - que aman a las fuerzas armadas, defensores de la propiedad privada que aplauden golpes de Estado, cristianos que predican amor mientras vomitan misoginia en cada palabra frente a un micrófono. No hay coherencia, pero sí hay método: captar el descontento social y canalizarlo hacia el odio.

Uno de los ejes favoritos que vienen rosqueando es la elevación de la “familia tradicional” como solución a todos los males. En su imaginario, madre sumisa, padre proveedor y niños dóciles es la mejor y única receta de organización familiar y social válida. Todo lo demás –familias disidentes, maternidades deseadas, diversidades– es degeneración.

Lo que hay detrás de esa narrativa no es preocupación moral, es control. Control sobre los cuerpos, las decisiones y las formas de vida que escapan a la norma patriarcal. En la “Derecha Fest”, escuchamos a referentes hablar de la necesidad de “recuperar el rol natural de la mujer”, de cómo la familia tradicional se erige como un pilar fundamental de la "batalla cultural" que su espacio promueve, defendiéndose como el núcleo inquebrantable de la sociedad frente a lo que perciben como las "ideologías progresistas" y el "zurderío".

Los discursos y paneles del evento enfatizan valores conservadores, la heteronormatividad y la visión provida, posicionándose firmemente en contra del feminismo y de las diversidades sexuales y de género, a menudo descalificando o caricaturizando estas últimas. Esta postura de intransigencia ideológica y defensa de un modelo social específico, no exenta de un lenguaje confrontativo y descalificatorio hacia los opositores, se vio reflejada en el desmerecimiento público hacia la Vicepresidenta Victoria Villarruel, a quien algunos asistentes abuchearon y calificaron de "bruta" y "traidora" durante la proyección de un video crítico. Este episodio subraya cómo, en este espacio, la adhesión a los valores promovidos y la lealtad a la línea ideológica del presidente Milei son priorizadas por encima de la cohesión política, llegando incluso a descalificar a figuras de su propio espacio que no cumplen con las expectativas de "pureza" ideológica o que se perciben como desviadas de la "verdadera" causa.

    Oradores de la "Derecha Fest". Gentileza: Letra P

Evelin Barroso, única mujer oradora en el festival y pastora de Cita con la Vida.

Esta derecha “rebelde” no tiene nada de nueva: es la vieja oligarquía maquillada de youtuber, el mismo conservadurismo de siempre disfrazado de libertad de expresión, que aprovecha el algoritmo para hacer ruido, pero no ofrece soluciones estructurales. Su propuesta es tan vacía como peligrosa: destruir todo, para dejar todo como está.

En ese sentido la misoginia viene siendo el idioma común de esta nueva política que proponen. No importa si se autodenominan libertarios, conservadores, de derecha o anarcocapitalistas: todos coinciden en su odio visceral hacia los movimientos feministas. Y no es casual. El feminismo, con sus avances en el lenguaje, en los derechos y en la conciencia colectiva, es la mayor amenaza a ese orden patriarcal que ellos quieren restaurar.

Bajo el lema “no me representan”, estos sectores ridiculizan la lucha por el aborto legal, niegan los femicidios, relativizan la violencia institucional y niegan la desigualdad estructural. Pero lo más grave es que lo hacen con herramientas modernas, seductoras, virales. TikToks que banalizan la trata, hilos de Twitter que niegan la brecha salarial, memes que se burlan del consentimiento. Lo que antes era impresentable y extremadamente cancelable, ahora es “opinión”.

No podemos seguir mirando este fenómeno como si se tratara solo de “unos loquitos sueltos” o “trolls de internet”. Ya están en el Congreso, en los medios, en la cultura. Y lo que proponen no es una democracia más austera o un Estado más eficiente, sino un retroceso profundo en derechos, en convivencia y en pluralismo.

Lo peligroso es que lo confirman los hechos: esta nueva derecha no es liberal ni democrática. Es autoritaria, fanática, reaccionaria. Se apropia del lenguaje de la libertad para imponer sus dogmas. Ataca a los colectivos más vulnerables mientras protege los privilegios de siempre. Y si no la enfrentamos con pensamiento crítico, organización y memoria histórica, va a seguir avanzando.

Frente a esto, el feminismo no puede retroceder. Porque no estamos discutiendo solo aborto o cupo laboral travesti trans. Estamos discutiendo el sentido mismo de la democracia. ¿Queremos una sociedad donde se pueda amar libremente, elegir nuestro proyecto de vida, vivir sin miedo? ¿O una donde se nos diga cómo vestirnos, cómo criar, cómo obedecer?

Como movimiento, estamos enfrentando uno de sus mayores desafíos desde la irrupción del “Ni Una Menos” en 2015: resistir a un gobierno que promueve una agenda abiertamente antifeminista, que desmonta políticas de género y reinstala discursos que minimizan o niegan la violencia contra mujeres y disidencias. Sin embargo, la reacción del feminismo organizado, aunque activa y movilizadora, parece aún insuficiente frente a la magnitud del retroceso institucional y simbólico que se está viviendo.

Gentileza: La Bulla

A pesar de las protestas y la continuidad de marchas como las del 8M o el 3J, hay una fragmentación en las estrategias y narrativas: mientras algunos sectores apuntan a resistencias desde lo comunitario y económico, otros se repliegan en espacios culturales o académicos, muchas veces deslegitimados por amplios sectores de la sociedad. Esta dispersión, aunque refleja la riqueza del feminismo interseccional, también dificulta una respuesta política unificada y contundente frente a un adversario que sí actúa de forma cohesionada y con alto impacto mediático.

Por otro lado, parte del feminismo argentino parece aún atado a una lógica estatal que, si bien fue clave en avances como el aborto legal o la ley de cupo trans, hoy muestra sus límites: la institucionalización ha llevado a ciertos sectores a una burocratización que los aleja de la real dinámica social, especialmente en contextos de crisis económica donde las prioridades populares parecen estar en otro lado. Esto ha generado una desconexión con bases que antes se sentían representadas, sobre todo en el interior del país o en sectores populares que hoy no encuentran respuestas concretas del feminismo frente a las urgencias materiales.

Los feminismos siguen siendo un actor social relevante, pero atraviesa una encrucijada: necesita reconstruir alianzas, recuperar su capacidad de disputar sentido común y ampliar sus modos de intervención más allá de la denuncia, especialmente si aspira a resistir eficazmente a un modelo de país que pretende borrar nuestras conquistas.La potencia existe, pero hace falta más articulación política, mayor imaginación estratégica y una mirada que no se repliegue solo en lo simbólico o identitario, sino que se ancle también en las necesidades urgentes de las mayorías.

Porque si algo no puede garantizar la nueva derecha es el futuro, nuestro futuro que, si queremos que exista, tendrá que ser y será feminista.