FAVALORO, EL QUE NO VENDÍA HUMO
Veinticinco años después de que René Favaloro se pegara un tiro en el pecho, el sistema de salud pública argentina se sigue desangrando, pero en silencio. Sin cartas. Sin bisturíes. Sin épica.
OPINIÓN
David Alos
8/2/2025


Mientras marchan trabajadores del Garrahan y se multiplican los gritos desesperados por presupuesto, insumos y dignidad laboral, el gobierno de Javier Milei responde desde una planilla de excel, motosierra y una palabra que no figura en ningún juramento hipocrático: ajuste.
¿Y si el suicidio de Favaloro no fue un hecho aislado, sino una de las primeras autopsias éticas al modelo argentino de la corrupción estructural?
Porque no fue solo un hombre cansado. Fue un país podrido el que lo empujó. Fue un Estado ausente, una dirigencia cínica, y un sistema que castiga a quien no negocia con las reglas turbias del poder. Mientras algunos médicos eran empresarios, él quería ser maestro, dejar algo más en este mundo podrido. Mientras otros se llenaban los bolsillos, él se endeudaba con tal de no cerrar su fundación y garantizar el acceso. Mientras otros posaban para campañas, él escribía cartas que nadie quiso leer o que a casi nadie le importó demasiado (salvo para las efemérides y alzarlo como un héroe postmortem).
AUTOR
David Alos
"Este país necesita una revolución moral", decía Favaloro. Pero ahora la palabra revolución da miedo, y la palabra moral fue reemplazada por mercado. En la Argentina de Milei, los hospitales se miran con lupa como si fueran un gasto, no un derecho. La salud, como la educación o la cultura, se volvió enemiga del “superávit fiscal”. El problema no es que falte plata, sino que sobra ideología libertaria. Porque después de un año y medio de superávit fiscal, la cosa está muy mal y sigue empeorando.
Hoy los que reivindican a Favaloro muchas veces son los mismos que aplauden el desfinanciamiento de los hospitales públicos, el cierre de paritarias y la represión en las calles. Los que lloran frente a su estatua pero no mueven un dedo por los médicos que cobran sueldos miserables o las familias que esperan meses por un turno. La memoria sin acción es una selfie que es solo pose.
Favaloro murió solo, pero no fue el único. Se muere cada vez que un pibe no llega a tiempo al Garrahan. Se muere cada vez que un jubilado no consigue los remedios. Se muere cada vez que un médico renuncia porque no le da para comer. Se muere cuando se aplauden recortes en nombre de la "libertad".
Hoy más que nunca hace falta recordar que la salud no es una mercancía. Es una política pública. Una ética. Una bandera. Y también un campo de batalla.
El cuerpo, como el país, no es una máquina de eficiencia. Es un territorio que se habita, que se cuida o se abandona.
René Favaloro eligió curar corazones. Y terminó con una bala en el suyo. Este sistema, el de ahora, no mata de un tiro: lo hace de a poco, con cinismo, abandono y ajuste.
Es por eso que debemos seguir apoyando a lxs médicxs de nuestro país, que tenemos que marchar por nuestrxs niñxs, por nuestrxs jubiladxs y sus jubilaciones, porque con ella financian el PAMI, la obra social pública que debe cuidarlxs.
Digamosle basta de una vez por todas a la hipocresía, porque si algo nos enseñó Favaloro es que todavía vale la pena resistir. Aunque sea a corazón abierto.



