HECHA LA LEY, ¿HECHA LA TRAMPA?

Nueva semana, nuevas jugadas del Gobierno Nacional en su obsesión por ajustar a los de siempre: al pueblo. Esta vez, la paradoja llegó en bandeja en el Boletín Oficial. Allí nos desayunamos con la promulgación de la Ley de Emergencia en Discapacidad, un paso que parecería celebrar la ampliación de derechos… hasta que se aclara que queda en suspenso hasta que el Congreso diga cómo se va a financiar.

OPINIÓN

José María Aballa

9/22/2025

Como bien sabemos, sin presupuesto no hay derechos, y sin derechos, hay ajuste. ¿De quién es la culpa? Otra vez, del propio oficialismo que el año pasado retiró el proyecto de presupuesto cuando advirtió que no pasaba el filtro legislativo. ¿Resultado? Una trampa perfecta: promulgan la ley, pero la atan de pies y manos.

La escena es tan absurda que podría narrarse como un chiste cruel: te dicen “ese dulce es tuyo si lo alcanzás”, pero lo cuelgan a diez metros de altura. El mensaje es claro: dentro de la ley todo, fuera de la ley nada… salvo que seas discapacitado, jubilado o pobre, en cuyo caso la ley se vuelve un laberinto de excusas contables. Desde Escalando Alturas y Sala de Espera lo venimos marcando: un presidente no puede gobernar a fuerza de vetos y simulacros de legalidad. La política no es un show de stand up, aunque Milei insista en interpretarla como tal.

Y mientras se nos vendía esta cáscara vacía en el Boletín Oficial, casi en simultáneo el vocero presidencial Adorni anunciaba por sus redes sociales una decisión que sí se ejecuta de inmediato: la baja de las retenciones al agro a 0% hasta el 31 de octubre. Una medida que, si la aplicaba Massa, era “plan platita”, pero cuando la aplica Milei se transforma en “genialidad libertaria”. La lógica es sencilla: menos retenciones significan menos recaudación para el Estado y más dólares para el campo. Claro que el campo argentino tiene un máster en especulación: guardan granos en las silobolsas hasta que el dólar explote y después liquidan con un tipo de cambio hiper devaluado. Resultado: precios internos por las nubes, inflación recargada y un Estado más famélico que nunca.

AUTOR

José María Aballa

La contradicción grita sola. Por un lado, el Gobierno asegura que no puede financiar la Ley de Emergencia en Discapacidad porque “no hay presupuesto”. Por el otro, mete la mano en esa misma caja para beneficiar al sector más concentrado y poderoso del país. Si esto no es un modelo de Robin Hood invertido, no sabemos qué lo es.

Y mientras tanto, Milei ya empezó a coquetear con Washington: el Tesoro de los Estados Unidos analiza prestarle 30 mil millones de dólares para sostener artificialmente el dólar. Hagamos cuentas rápidas: si el “mejor ministro de Economía de la historia” se quemó mil millones en apenas dos días para contener al billete, ¿cuánto durará ese salvavidas? Con suerte, un mes. El problema es que no hay dólares suficientes en el planeta para sostener este delirio. El plan es insostenible, como ya lo fue en los noventa: entonces vendimos las joyas de la abuela; hoy, sin joyas que empeñar, la improvisación se disfraza de épica libertaria.

Mientras tanto, en las calles, las movilizaciones crecen. Cada semana, más gente se organiza y dice basta. En el Congreso, el oficialismo se choca contra la realidad política: ya no tienen cheques en blanco. La inflación, la pobreza y el desempleo dejaron de ser promesas de campaña para convertirse en una mochila insoportable que se cae sola a pedazos.

Lo que queda claro es que este Gobierno camina a tientas por un pasillo oscuro, improvisando cada paso y tropezando con cada decisión. Y todos sabemos cómo terminan esos recorridos: mal.

¿Qué nos queda como pueblo? Organizarse, defender cada derecho, no regalarle la esperanza a un ajuste eterno. También mirarnos al espejo y hacernos cargo de por qué la mayoría eligió a este experimento peligroso, y sobre todo, empezar a trazar el camino de la unidad que nos permita reconstruir un país donde vivir mejor no sea un privilegio, sino un piso común. Porque si la ley se transforma en trampa, lo único que puede torcer la historia es la resistencia colectiva.