LA ILUSIÓN DE IMITAR A GHIBLI
La experiencia Ghibli no se deja atrapar: se filtra, se escapa, se transforma. Lo más importante no es lo que muestra, sino lo que sugiere. Eso que no se puede imitar porque no está en los rasgos visibles.
OPINIÓN
José María Aballa
6/17/2025


Hace un tiempo, como casi todo el mundo, caí en la tentación de generar una imagen al estilo Ghibli. Ya sé lo que estás pensando, y es cierto, también contribuí a la destrucción del mundo, quemando no sé cuántos litros de agua para enfriar no sé qué servidor... pero valió la pena.
Obtuve mi imagen estilo Ghibli. Y debo admitir que hasta salí favorecido. Mi hija y yo quedamos más que felices con el resultado. Tanto, que esa imagen derivó en una linda conversación sobre las películas del estudio, de las cuales ya habíamos visto algunas. Así que, en ese momento, más que contento.
Pero... ¿realmente valió la pena?
AUTOR
Jeremías Tejada
Hace unos días, scrolleando, me volví a encontrar con esa imagen. Y ya con algo de distancia, bajada la espuma del entusiasmo inicial, la miré con otros ojos: más críticos. Advertí algo que, en realidad, ya había notado en aquel momento, pero a lo que no le había prestado atención. Algo que estaba, o mejor dicho, algo que no estaba.
Porque cuando pensamos en Ghibli, en lo que verdaderamente nos conmueve de esas películas, nos damos cuenta de que no se trata solo de un estilo visual. No es una cuestión de estética replicable. Hay algo que escapa a la imagen fija, algo que no entra del todo en los bordes de un fotograma.
Ghibli no nos toca por cómo se ve, sino por cómo respira. Por esa manera de detenerse en lo mínimo, de darle importancia a lo simple: alguien que cocina, que se detiene a mirar el paisaje, que barre en silencio. Es una sensibilidad que no necesita grandes tramas para producir sentido; le alcanza con sugerir, con dejar que el tiempo se estire. No hay urgencia. Lo importante sucede en la pausa.
También hay una forma muy particular de habitar las emociones. Ni exageradas ni recortadas. Tristes sin dramatismo, felices sin explosión. Lo esencial está en esos matices: en lo que no se dice, en lo que no se termina de mostrar. Como si las historias confiaran en que quien las mira va a completar lo que falta. Eso que no está, pero que se siente.
Y quizás por eso aquella imagen, que tanto me entusiasmó en su momento, hoy me resulta un poco vacía. No por cómo está hecha, sino porque intenta capturar algo que no se puede fijar. La experiencia Ghibli no se deja atrapar: se filtra, se escapa, se transforma. Y lo más importante no es lo que muestra, sino lo que sugiere. Eso que no se puede imitar porque no está en los rasgos visibles, sino en el clima, en el espíritu, en el misterio.
Hay cosas que simplemente no pueden fabricarse. Se sienten o no se sienten. Y eso, tal vez, es lo que ninguna inteligencia artificial puede entender, ni lograr del todo. Que hay mundos que no se ven, pero que laten y realmente existen.



