NI LAS FUERZAS DEL CIELO SE ATREVIERON A TANTO, (¿O SÍ?)

Mientras Milei predica ajuste como salvación y destruye el país a fuerza de decretazos, la desigualdad crece al ritmo de un dogma que mezcla crueldad, pensamiento mágico y negocios para pocos. En el templo libertario, el único milagro es cómo siempre ganan los mismos.

EDITORIAL

David Alos

7/12/2025

Allá por 2023, cuando todavía era posible discutir con alguien que pensaba votar a Javier Milei sin que la conversación derivara en gritos o GIFs de Homero Simpson libertario, algunos advertimos lo obvio: el problema no era solo el “león” como personaje pintoresco de TikTok, sino el discurso de odio que venía cultivando como quien riega un bonsái del infierno. Pasaron casi dos años desde que llegó a la presidencia y ya ni se esfuerza en disimularlo. La crueldad ya no es una herramienta encubierta, es un mérito. Lo dijo él: “ganó ser cruel”.

Y vaya si ganó. Empezó con “los kukas” —ese cajón de costurera donde entra todx aquel que le lleva la contra—, y siguió con empleados públicos, estatistas, zurdos, jubilados, docentes, científicos, artistas, y cualquierx ciudadanx que no tenga una cuenta offshore o una iglesia propia. Porque en este nuevo orden celestial, el argentino de bien es el que factura en dólares, no el que da clases por dos mangos o atiende en un hospital público.

Pero atención: la narrativa no se limita a la economía o a la antipolítica. Hay un componente religioso, casi místico, en esta cruzada. El gobierno no solo administra el Estado como una empresa en liquidación, también cree que lo guía una mano divina. Una mezcla inquietante entre las fuerzas del cielo, el evangelismo oportunista y un pensamiento mágico que ni siquiera unx niñx de jardín lo creería. Según esta lógica, la pobreza es una maldición autoinducida por la envidia (pecado capital, recordemos), mientras que la riqueza es prueba irrefutable del favor divino.

AUTOR

David Alos

Por eso, no debería sorprendernos que se construyan auditorios evangélicos para 15 mil personas en el Chaco mientras buscan cerrar universidades a través del ahogamiento presupuestario. O que se premie con guiños fiscales a quienes “blanquean” dólares de dudosa procedencia. En esta Argentina sagrada, los milagros existen: los pesos se convierten en dólares, los empresarios en apóstoles, y las estafas en oportunidades, qué decirte de la bicicleta financiera, ¿no?

¿Y el Estado? Bien, gracias. Milei ha emitido 157 decretos legislativos en menos de un año, una hazaña digna de Guinness (o del mismísimo Palpatine). Ha desmantelado organismos, eliminado fondos fiduciarios, y convertido dependencias públicas en sociedades anónimas. Privatización como forma de purificación y ajuste como castigo redentor.

Mientras tanto, los números reales —esos que no aparecen en sus presentaciones con gráficos estilo PowerPoint de secundaria— son brutales: 14 mil empresas cerradas, más de 211 mil trabajadores despedidos en el sector privado. Y ni hablar del desguace en ciencia, cultura, educación y salud. Pero claro, todo en nombre del superávit fiscal, ese dogma sagrado al que se le rinde culto incluso si hay que prender fuego el país para conseguirlo.

Nos dijeron que venían a cortar privilegios. Lo que no dijeron es que eran los “privilegios” de comer todos los días, tener laburo registrado o estudiar gratis. Nos hablaron de justicia, pero de una justicia divina, caprichosa y celosa, que castiga a los pobres por existir y premia a los ricos por ser… ricos.

Y en esta liturgia neoliberal, donde se vende la fe en paquetes premium y se cobra por audiencias con el presidente, hasta las viejas corrupciones parecen inocentes. Las valijas sin declarar, las candidaturas con precio, los favores al mejor postor, todo forma parte de un nuevo evangelio financiero. Es la versión siglo XXI del “sálvese quien pueda”, con himnos de ópera y cotización del blue en tiempo real.

Entonces, cuando Milei dice que las necesidades son infinitas y los recursos finitos, ¿a qué necesidades se refiere? Porque los 20 millones de argentinos debajo de la línea de pobreza no piden jets privados ni mansiones en Nordelta. Piden comida, laburo, escuela y salud. Cosas tan simples que, si el país se lo propusiera, podríamos garantizarlas en una semana. Pero parece que esos no son los fieles a los que hay que complacer.

Para cerrar, una confesión: sí, señor presidente. Tiene razón. Esto es envidia. Envidia de los Caputo, de los Espert, de los Sturzenegger, de todos esos que logran transformar un país entero en una gigantesca transferencia de riqueza al 2% de siempre. Si eso no es magia, no sé qué lo es.

Pero no se confíe, que a veces hasta los Scooby-Doo logran sacarle la máscara al monstruo.