NOS ESTÁN MATANDO Y EL ESTADO MIRA PARA OTRO LADO
No sé cuántas veces más vamos a tener que decirlo. Gritarlo. Escribirlo. Llorarlo. Una y otra vez, como si las palabras fueran lo único que nos queda para defendernos.
EDITORIAL
Laura Ferraris
10/15/2025


Nos están matando y la Argentina parece haber naturalizado esa frase. Una mujer muere cada 30 horas. Cada día y medio, una mujer es asesinada por el hecho de ser mujer. Y aun así, hay quienes insisten en negar la violencia machista, en reírse de la “agenda de género”, en desmantelar políticas públicas que protegían vidas.
En los últimos días —sí, en menos de dos semanas— diez mujeres fueron asesinadas. Adriana Miriam Velázquez y su hija Mariana Belén Bustos en Bahía Blanca. Luna Giardina y su madre Mariel Zamudio en Córdoba. Milagros Bastos, hallada sin vida en una vivienda céntrica. Daiana Mendieta, encontrada en un aljibe en Entre Ríos. Sabina Silva, bombera voluntaria en Río Negro. Gabriela Barrios, su cuerpo dentro de un pozo en Chaco. Irene Medina, enfermera en Misiones. Ana Mabel Rodríguez, asesinada a golpes por su pareja frente a sus hijos, en Virrey del Pino.
No son casos aislados. No son “crímenes pasionales”. No son “problemas familiares”. Son femicidios. Son crímenes políticos. Y cada uno ocurre en un país donde el Estado se desentiende y una parte de la sociedad elige mirar para otro lado.
AUTOR
Laura Ferraris
En lo que va del año, más de 200 mujeres fueron asesinadas en la Argentina. Más de 200 historias interrumpidas. Más de 200 hogares con hijas e hijos huérfanos, sin madre, sin contención, sin justicia. Mientras tanto, el gobierno nacional elimina el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad, desfinancia los programas de atención a víctimas, recorta refugios, ajusta en la línea 144 y silencia a las voces que denunciaban la violencia.
Todo eso no es casualidad. Es ideología. Es el resultado de un proyecto político que considera que la igualdad es un capricho, que ve en el feminismo una amenaza y que busca disciplinar a las mujeres que se atreven a hablar.
Los femicidas no nacen de un repollo. Nacen de una cultura que nos sigue educando para obedecer, callar y aguantar. De medios que naturalizan la violencia y todavía titulan “tragedia familiar” cuando un hombre asesina a su esposa. De jueces que desoyen denuncias, liberan violentos y desconfían de las víctimas. De funcionarios que se llenan la boca hablando “de la vida”, pero no mueven un dedo por las mujeres que la pierden todos los días.
Y mientras tanto, en San Juan —y podría decirse en cualquier provincia del país— los grandes titulares se los lleva la política chiquita: las peleas de poder, los nombramientos, los valores “tradicionales”. Los mismos “valores” de un boliche que hace un spot publicitario donde una mujer es secuestrada para una fiesta de Halloween. Una broma, dicen. Un chiste, dicen. Pero no hay nada gracioso en simular violencia sexual. No hay humor cuando lo que se representa es el cuerpo de una mujer reducido a un objeto, a un trofeo, a un cadáver.
Cada vez que matan a una, nos matan a todas. Nos matan un poco la esperanza. Nos matan la voz. Nos matan la confianza en una justicia que nunca llega. Y la pregunta que no deja de dar vueltas es: ¿cuánto más vamos a soportar? ¿Cuántas muertas más necesitamos para que la sociedad reaccione? ¿Para que los hombres empiecen a interpelarse de verdad?
Porque no alcanza con decir “yo no soy así”. El silencio también mata. La indiferencia también es violencia.
Estamos enojadas, dolidas y asustadas. Porque si el Estado se borra, si la Justicia no actúa, si los medios banalizan, ¿dónde nos queda refugio?
Nos queda la calle. Nos queda el grito. Nos queda la organización colectiva, la sororidad, la memoria de las que ya no están.
Y por eso seguimos. Por Adriana, por Mariana, por Luna, por Mariel, por Milagros, por Daiana, por Sabina, por Gabriela, por Irene, por Ana Mabel. Por todas las que ya no pueden gritar. Por las que todavía viven con miedo. Por las que fueron silenciadas. Por las que mañana, si no hacemos nada, pueden ser las próximas.
Nosotras no olvidamos. No callamos. Y no vamos a retroceder. Porque no fue un “loco suelto”. Fue el patriarcado. Y mientras ellos niegan, nosotras resistimos. Mientras ellos cierran programas, nosotras abrimos redes de acompañamiento. Mientras ellos dicen “no existen los femicidios”, nosotras contamos los cuerpos, los nombres, las ausencias.
Nos quieren calladas, dóciles, sumisas. Pero acá estamos, más juntas, más furiosas, más vivas que nunca. Porque aunque intenten enterrarnos, somos semilla. Y no hay fuerza más poderosa que una mujer que decide no tener miedo.






