PETER GO HOME

Hace una semana que el influencer Peter Regalos llegó a la provincia de San Juan y sorprende cómo, con apenas 18 años, se puede ser tan pedante y al mismo tiempo un producto tan fiel de un sistema que ya ni se esfuerza en disimular que fabrica contenido vacío en masa.

OPINIÓN

David Alos

7/27/2025

Pedro Casarino aterrizó en San Juan con la intención de promocionar su imagen pública a través de lo que él considera su “expertise”: dar regalos. Sí, así de simple. Sin capas, sin doble fondo. Su contenido tiene la profundidad de una bandeja descartable. Una especie de Black Mirror edición tercer mundo, donde la única “gracia” –si se le puede llamar así– de este adolescente es entregar iPhones y billetes al azar, como un Papá Noel sin trineo ni conciencia de clase.

Lo primero que se me viene a la cabeza es: ¿cómo alguien con la habilidad de encantar serpientes hasta el punto de que le regalen cosas para que las reparta, usa ese talento únicamente para inflar sus redes y beneficiarse a sí mismo? En un país donde la urgencia es norma, donde la pobreza no se mide en porcentajes sino en estómagos vacíos, resulta grotesco. Es de un mal gusto refinado. Pero sobre todo, es de una desconexión con la realidad que asusta. Como si flotara por encima de todo, convencido de que el hambre es solo un filtro más.

Recordemos que el evento que vino a realizar Peter fracasó en su primer intento, gracias al caos y la falta de presencia policial. Caos que, por supuesto, no fue leído como un síntoma. Porque nadie pareció alarmarse por la desesperación de la gente por conseguir un teléfono que cuesta más de un millón de pesos. Y no, no se trata solo de que quieren tener un iPhone. Se trata de que esa cifra, ese objeto, representa una cantidad de dinero que la mayoría no ve ni de lejos.

AUTOR

David Alos

Pero lo más extraño –o no tanto, si uno mira bien– es que detrás de esta puesta en escena de opulencia adolescente, el Gobierno de la provincia se haya hecho cargo de los costos del operativo policial. Del evento fallido y también del segundo, el que se hizo en el Parque de Mayo. Todo pago con recursos públicos. Todo con la venia del Estado.

¿Y los clubes de fútbol que deben pagar cada vez que hay un partido? ¿Y los que reclaman que quienes hacen amenazas de bomba falsas se hagan cargo de los costos operativos? ¿Dónde están ahora alarmandose por el gasto público? A ver si nos entendemos: la ley, si es ley, es pareja para todos. No importa si estás cometiendo un delito o regalando teléfonos: si el Estado debe actuar por lo que hacés, vos tenés que pagar por eso. Simple.

Y dicho esto, también hay que decir que este personaje, salido de un guión malo pero con buena iluminación, se paseó por los medios sanjuaninos más grandes con una sonrisa dibujada y fue recibido con aplausos.

Como si sus frases fueran máximas filosóficas y no las pavadas que son. Dijo que San Juan es un pueblo chico y que “todavía le falta cabeza” para entender su contenido. También admitió que no conocía San Juan y que pensaba que era un pueblo de 10.000 habitantes. Peter, querido, el que viene de un pueblito de 40 lucas de personas sos vos. Si alguien vive en un lugar que no conoce ni Google Maps, sos vos. Solo tuviste la suerte de vivir a 10 km de la Capital.

En plena era de la Big Data y la globalización, es casi cómico –si no fuera tan triste– que un pibe de 18 años no conozca la provincia donde nació el padre de la educación pública en este país. Una de las provincias clave en la vitivinicultura y la minería. Pero claro, hoy el algoritmo te premia por saber dar regalos, no por saber historia. Mucho sorteo, poca escuela.

Y acá hay que detenerse: el rol del periodismo. Frente a semejantes barbaridades, ¿qué hicieron muchxs colegas? Rieron. Celebraron. Hicieron palmas. Tiene 18 años, sí. Mucho por aprender, claro. Pero justamente por eso es nuestra tarea marcarle los límites. No todo se puede decir. No todo se puede aplaudir.

GENTILEZA Mariano Martín / DIARIO HUARPE

FUENTE Instagram @santiago_fernandez.70

Y como si todo esto fuera poco, hace unos días visitó el stream de un creador local y, en medio de su verborragia, usó la palabra “TROLO” para referirse a otro influencer de San Juan. Esto pasa cuando le damos micrófono a pibes que no tienen nada para decir y les pedimos que hablen igual, como si tuvieran autoridad moral, profesional o siquiera una vivencia que los respalde.

Descalificar a alguien por su género o su orientación sexual no es “una joda”. No es una travesura. No es una gracia, es discriminación. No es una opinión, son discursos de odio. Y ver cómo algunos medios lo levantan solo para generar polémica es lamentable. Eso no es libertad de expresión. Es irresponsabilidad.

Pero lo más penoso no es lo que dijo, sino lo que cree. Pedro Casarino se enojó porque en un video, un influencer local dijo “mirá toda la gente que vino por mí”. Se sintió tocado. Se sintió atacado. Como si todo ese evento, todo ese despliegue, fuera SUYO. Como si las plazas, los recursos y hasta la gente, le pertenecieran. Como si fuera un mecenas con peluca de TikTok, autorizando quién puede o no aparecer en su acto de beneficencia.

Y ese es el problema. Que se crea dueño del espacio público. Que se crea juez de quién puede subirse a su ola. Como si su fama no estuviera hecha, justamente, de colgarse de todo y de todos.

Mucha hipocresía. Mucho olor a rancio, a opiniones expiradas. Muy poca creatividad. ¿Es lo que vende? Seguramente. ¿Es lo que la gente compra? Y claro. Jugar con la necesidad siempre fue el truco más viejo del sistema. Y bufones como Peter, siempre hubo y siempre va a haber. Lo que está en discusión no es su existencia, sino el lugar que le damos. Y que nunca se le permita olvidarse de que el show se sostiene con lo que pagamos todos.